La Argentina, a mil años de Irlanda
A nadie escapa que luego de la devaluación de principios de 2002 la pobreza y la indigencia estallaron en la Argentina como nunca antes se había visto, y nadie en su sano juicio puede estar contento con la situación actual. Por lo tanto, la cuestión no pasa por discutir si tenemos que lograr una mejora en los ingresos de la población. El verdadero debate pasa por definir cuál es el camino más efectivo para lograr un doble objetivo: a) pulverizar la desocupación y b) mejorar los salarios reales.
La decisión del Gobierno de decretar un incremento de salarios para el sector privado y el sector público se inscribe dentro de lo que podríamos llamar una política económica de suma cero. Veamos dos ejemplos para ilustrar el concepto.
Primer ejemplo, el Gobierno está lanzando una serie de obras públicas con el objeto de reactivar la economía. Se supone que todas estas obras generarán más empleo y actividad económica. La realidad es que esas obras se financian con los impuestos que se le cobran al contribuyente, quien, por la carga tributaria que tiene que soportar, ve disminuido su poder de demanda. Por el contrario, los gremios y empresas ligadas a la industria de la construcción se ven beneficiadas con un mayor poder de demanda gracias a la transferencia de ingresos que hace el Gobierno vía la obra pública. En términos netos no hay creación de riqueza, solo hay transferencia de ingresos. Unos ganan y otros pierden. Por ejemplo, si se eliminara el impuesto a las transacciones financieras el contribuyente dispondría de $ 7500 millones más al año en poder de demanda, generando consumo, inversión y puestos de trabajo.
Mientras no se demuestre que esos $ 7500 millones están mejor asignados por el Estado que por el contribuyente, lo que tenemos es una transferencia de ingresos con dudosa eficiencia económica, pero lo que sí podemos afirmar es que no hay generación adicional de ingresos. Los ingresos son los mismos, pero distribuidos de otra manera.
Segundo ejemplo: la devaluación del 2002 tuvo, entre otros objetivos, hacer caer el salario real y, sobre todo, bajar fuertemente el salario en dólares para ir a un modelo de sustitución de importaciones. Con la devaluación salieron ganando, entre otros, quienes sustituyen importaciones. Dado que hoy tienen una porción del mercado sustancialmente mayor, aunque de un mercado más chico, esos sectores logran un renta que no tendrían en condiciones de libre competencia y esa mayor renta proviene de una transferencia de ingresos de los consumidores hacia los que sustituyen importaciones. Cuando el Gobierno decide establecer un aumento de salarios por decreto, lo que están haciendo es redistribuir parte de esa mayor renta que obtienen las empresas mencionadas, aunque en los hechos termina impactando en todas. Por lo tanto, nuevamente, tenemos una transferencia de ingresos, en este caso del sector empresarial hacia el sector asalariado. Una vez más, lo que uno gana lo pierde el otro.
Si es que queremos sacar a la gente de la pobreza y crear más puestos de trabajo, el camino no pasa por recurrir a la benevolencia del empresario para que aumente los sueldos y ocupe más personal. Personalmente no espero generar mis ingresos como asesor a partir de la benevolencia de los empresarios, sino de prestar un servicio del que ellos tengan alguna utilidad. Lo mismo ocurre con el salario de la gente. Lo ideal es que los empresarios no aumenten los salarios por caridad o porque el Estado firma un decreto solidario, sino porque necesitan pagar más para poder conseguir trabajadores. El camino más eficiente para mejorar la calidad de vida de la gente pasa por crear un ambiente de negocios que atraiga inversiones en la cantidad suficiente como para que la mano de obra pase a ser un bien escaso y no un bien que hoy sobra como lo refleja la alta tasa de desocupación y los bajos salarios que rigen en la economía.
El drama que tenemos en la Argentina es que permanentemente pretendemos inventar sustitutos para no hacer las cosas bien. En su momento se intentó sustituir las reformas estructurales con el blindaje y el megacanje. Luego se sustituyó la reducción del gasto mediante la devaluación. Ahora queremos sustituir la ausencia de inversiones con incrementos de salarios por decreto.
Mal que les pese a muchos, los argentinos tenemos que meternos en la cabeza que el salario real no es función de la bondad del gobierno de turno o de la caridad empresarial. Es función de la cantidad y calidad de las inversiones que tenga un país. Y es en este punto donde el Gobierno tiene un error de estrategia fenomenal, porque con este modelo de crecimiento jamás va a conseguir inversiones en cantidad y en calidad.
En cantidad no las va a conseguir porque apuesta a inversiones que abastezcan el mercado interno. Y como el mercado interno es chico por el ingreso y la cantidad de la población, ¿cuántas inversiones pueden esperarse en un país con 50% de pobres y salarios promedio que rondan los US$ 300 mensuales en el mejor de los casos? ¿Qué volumen de mercado interno tenemos como para que se produzca una avalancha de inversiones? Dado que el volumen de inversiones va a quedar definido por el tipo de economía cerrada que impulsa el Gobierno, no podemos esperar, en el largo plazo, grandes mejoras en los salarios reales.
Pero la calidad de la inversión es otro dato relevante. Una cosa es invertir para un mercado reducido, donde la competencia externa es mínima y otra muy distinta es invertir en un país donde la competencia con el mercado externo es tan fuerte que el empresario está obligado a invertir en la mejor tecnología para poder sobrevivir.
Invertir en banderitas
Para llevarlo al absurdo y que se entienda. Por ejemplo, podríamos bajar la tasa de desocupación eliminando los mails y los teléfonos, y reemplazar esos sistemas de comunicación con gente parada en las terrazas de los edificios transmitiendo mensajes de un lado a otro con banderitas en las manos. El stock de capital serían las banderitas que vendrían a reemplazar a las computadoras y los teléfonos. ¿Alguien puede afirmar que invertir en banderitas implica tener un stock de capital que mejora la calidad de vida de la población?
Pocos días atrás le pregunté al embajador de Irlanda en la Argentina, Kenneth Thompson, qué había motivado a la dirigencia política irlandesa a cambiar el modelo económico que tenían. La respuesta fue muy concreta. En primer lugar tomaron conciencia de que no podía seguir con tasas de desocupación del 17% como habían alcanzando y en segundo lugar, se dieron cuenta que no podían vivir, textuales palabras, "encerrados como un caracol". Vivir aislados del mundo los conducía a más pobreza y más desocupación. Hoy Irlanda tiene un ingreso per capita de US$ 36.000 anuales, 10 veces más que la Argentina.
En los últimos 70 años, el ingreso per capita de Argentina creció al 1% anual. Si Irlanda no creciera más en su ingreso per capita y nosotros seguimos a este ritmo de mejora, en 980 años podemos llegar a alcanzarlos. ¿No nos convendría ensayar algo diferente a lo que venimos haciendo?
Publicado en La Nación
Autor: Roberto Cachanosky (Economista)
La decisión del Gobierno de decretar un incremento de salarios para el sector privado y el sector público se inscribe dentro de lo que podríamos llamar una política económica de suma cero. Veamos dos ejemplos para ilustrar el concepto.
Primer ejemplo, el Gobierno está lanzando una serie de obras públicas con el objeto de reactivar la economía. Se supone que todas estas obras generarán más empleo y actividad económica. La realidad es que esas obras se financian con los impuestos que se le cobran al contribuyente, quien, por la carga tributaria que tiene que soportar, ve disminuido su poder de demanda. Por el contrario, los gremios y empresas ligadas a la industria de la construcción se ven beneficiadas con un mayor poder de demanda gracias a la transferencia de ingresos que hace el Gobierno vía la obra pública. En términos netos no hay creación de riqueza, solo hay transferencia de ingresos. Unos ganan y otros pierden. Por ejemplo, si se eliminara el impuesto a las transacciones financieras el contribuyente dispondría de $ 7500 millones más al año en poder de demanda, generando consumo, inversión y puestos de trabajo.
Mientras no se demuestre que esos $ 7500 millones están mejor asignados por el Estado que por el contribuyente, lo que tenemos es una transferencia de ingresos con dudosa eficiencia económica, pero lo que sí podemos afirmar es que no hay generación adicional de ingresos. Los ingresos son los mismos, pero distribuidos de otra manera.
Segundo ejemplo: la devaluación del 2002 tuvo, entre otros objetivos, hacer caer el salario real y, sobre todo, bajar fuertemente el salario en dólares para ir a un modelo de sustitución de importaciones. Con la devaluación salieron ganando, entre otros, quienes sustituyen importaciones. Dado que hoy tienen una porción del mercado sustancialmente mayor, aunque de un mercado más chico, esos sectores logran un renta que no tendrían en condiciones de libre competencia y esa mayor renta proviene de una transferencia de ingresos de los consumidores hacia los que sustituyen importaciones. Cuando el Gobierno decide establecer un aumento de salarios por decreto, lo que están haciendo es redistribuir parte de esa mayor renta que obtienen las empresas mencionadas, aunque en los hechos termina impactando en todas. Por lo tanto, nuevamente, tenemos una transferencia de ingresos, en este caso del sector empresarial hacia el sector asalariado. Una vez más, lo que uno gana lo pierde el otro.
Si es que queremos sacar a la gente de la pobreza y crear más puestos de trabajo, el camino no pasa por recurrir a la benevolencia del empresario para que aumente los sueldos y ocupe más personal. Personalmente no espero generar mis ingresos como asesor a partir de la benevolencia de los empresarios, sino de prestar un servicio del que ellos tengan alguna utilidad. Lo mismo ocurre con el salario de la gente. Lo ideal es que los empresarios no aumenten los salarios por caridad o porque el Estado firma un decreto solidario, sino porque necesitan pagar más para poder conseguir trabajadores. El camino más eficiente para mejorar la calidad de vida de la gente pasa por crear un ambiente de negocios que atraiga inversiones en la cantidad suficiente como para que la mano de obra pase a ser un bien escaso y no un bien que hoy sobra como lo refleja la alta tasa de desocupación y los bajos salarios que rigen en la economía.
El drama que tenemos en la Argentina es que permanentemente pretendemos inventar sustitutos para no hacer las cosas bien. En su momento se intentó sustituir las reformas estructurales con el blindaje y el megacanje. Luego se sustituyó la reducción del gasto mediante la devaluación. Ahora queremos sustituir la ausencia de inversiones con incrementos de salarios por decreto.
Mal que les pese a muchos, los argentinos tenemos que meternos en la cabeza que el salario real no es función de la bondad del gobierno de turno o de la caridad empresarial. Es función de la cantidad y calidad de las inversiones que tenga un país. Y es en este punto donde el Gobierno tiene un error de estrategia fenomenal, porque con este modelo de crecimiento jamás va a conseguir inversiones en cantidad y en calidad.
En cantidad no las va a conseguir porque apuesta a inversiones que abastezcan el mercado interno. Y como el mercado interno es chico por el ingreso y la cantidad de la población, ¿cuántas inversiones pueden esperarse en un país con 50% de pobres y salarios promedio que rondan los US$ 300 mensuales en el mejor de los casos? ¿Qué volumen de mercado interno tenemos como para que se produzca una avalancha de inversiones? Dado que el volumen de inversiones va a quedar definido por el tipo de economía cerrada que impulsa el Gobierno, no podemos esperar, en el largo plazo, grandes mejoras en los salarios reales.
Pero la calidad de la inversión es otro dato relevante. Una cosa es invertir para un mercado reducido, donde la competencia externa es mínima y otra muy distinta es invertir en un país donde la competencia con el mercado externo es tan fuerte que el empresario está obligado a invertir en la mejor tecnología para poder sobrevivir.
Invertir en banderitas
Para llevarlo al absurdo y que se entienda. Por ejemplo, podríamos bajar la tasa de desocupación eliminando los mails y los teléfonos, y reemplazar esos sistemas de comunicación con gente parada en las terrazas de los edificios transmitiendo mensajes de un lado a otro con banderitas en las manos. El stock de capital serían las banderitas que vendrían a reemplazar a las computadoras y los teléfonos. ¿Alguien puede afirmar que invertir en banderitas implica tener un stock de capital que mejora la calidad de vida de la población?
Pocos días atrás le pregunté al embajador de Irlanda en la Argentina, Kenneth Thompson, qué había motivado a la dirigencia política irlandesa a cambiar el modelo económico que tenían. La respuesta fue muy concreta. En primer lugar tomaron conciencia de que no podía seguir con tasas de desocupación del 17% como habían alcanzando y en segundo lugar, se dieron cuenta que no podían vivir, textuales palabras, "encerrados como un caracol". Vivir aislados del mundo los conducía a más pobreza y más desocupación. Hoy Irlanda tiene un ingreso per capita de US$ 36.000 anuales, 10 veces más que la Argentina.
En los últimos 70 años, el ingreso per capita de Argentina creció al 1% anual. Si Irlanda no creciera más en su ingreso per capita y nosotros seguimos a este ritmo de mejora, en 980 años podemos llegar a alcanzarlos. ¿No nos convendría ensayar algo diferente a lo que venimos haciendo?
Publicado en La Nación
Autor: Roberto Cachanosky (Economista)