29 agosto 2005

Anec

Camino por las calles de la desesperanza,
habito el lado oscuro de mi encarnación.
Hoy mi fuego interior irradia llamas de ira
y nada bueno puede pasar hoy.

Mi cuerpo transpira la incertidumbre
que me provoca no saber si tu mano sostiene la mía.
Sigo rodando por el mundo sin un rumbo definido
al igual que mi pluma recorre el papel sin tener un destino.

Una vez más me despierto de mis sueños de niñez extraviada
sueños húmedos de remera gastada
con la quimera de las almas carenciadas y abandonadas
como único estandarte, en mis manos heridas.

Decidí dedicarme al olvido, a reposar inconciente
en la delgada línea que me mantiene vivo.
Hoy mi cabeza oye los perros otra vez, como Virginia.
Me desespero y creo que jamás se van a callar.
Son mi karma, mi presente, mi futuro.

Las olas del mar mojan mis ojos,
me dejo sumergir sin oponer resistencia.
¿Podré alguna vez sostener mi esencia?
¿O seguiré tratando de no escucharme?

Cuando era niño fui de visita a la casa de mi tía
y confié en un niño del vecindario.
Me llamó desde la reja de su casa,
tal vez para conocerme y jugar conmigo.
Me acerqué motivado por sus ojos alegres
y me escupió la cara para luego
reir y meterse en su casa.

Yo quedé en el medio de la calle con la cara sucia
con ese olor repugnante que emanaba
esa saliva desconocida desparramada en mi rostro.
Sentí odio y frustración, pedí las maldiciones
más horrendas para él.
Me odié por creerle y confiarle,
pero más me odié por sentirme un estúpido.

Esa anécdota resulta ser una metáfora de mi vida
Siento que vivo hace años esquivando escupidas,
y sobrellevando el dolor que causa saber
que me han pegado muchas más de las que pude esquivar.






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