LLuvia de verano - Parte I
“Nuestra trágica amistad, en extremo lamentable,
ha terminado para mí de un modo funesto”
ha terminado para mí de un modo funesto”
Oscar Wilde
Yo tenía 16 años cuando la conocí. Era el mes de Enero y estaba de vacaciones en La Lucila del Mar. Un sábado nos organizamos con los chicos de la playa para ir a bailar a San Bernardo. Como a las 22:30 salimos de una de las casas en el auto de mi primo con rumbo a “Pirámide”, que era el boliche en cuestión.
Yo en esos días alternaba con una chica llamada Stella, que no me terminaba de cerrar, pero como no me había sabido procurar nada mejor, ante la falta era más que suficiente para satisfascer mis deseos más primitivos.
Esa noche Stella fue con nosotros al boliche también, pero nadie habría podido prever que su presencia iba a ser determinante para los quince días que me quedaban de vacaciones, y si lo tomamos con un poco más de romanticismo, para el resto de mi vida.
Pirámide era el boliche que más demanda tenía por esos años y se arrebataba de gente. Nosotros entramos en banda, arrebatados y amontonados como una jauría de perros persiguiendo a su presa en campo abierto. A los dieciseis años la excitación está a pleno, las hormonas responden a casi cualquier estímulo, y todo esto se quintuplica el día que vas a bailar, porque en realidad sabés que no vas a “bailar”.
Cuando el gallo no está las gallinas bailan. Yo siempre odié bailar, lo único que me importaba en realidad era un espacio físico que me permitiera hacer lo que sea fuera de la vigilancia de mi padre, tutor o encargado, y las mujeres. Poder intentar estar con todas las mujeres que fuera posible [siempre creí en la prueba y error] alguna iba a caer en mis garras.
Finalmente y parado frente ante lo irreversible, me decidí a buscar a Stella, porque después de todos los rechazos, necesitaba de manera urgente, un poco de cariño. Me sentía un cabrito arañado en busca de alguien que me arrope. La respuesta que encontré cuando intenté el acercamiento estaba fuera del libreto de la noche del sábado.
-¿Qué querés nene?
-Estar con vos telli, vamos a pedirnos una criptonita, ¿dale?
-No nene, me tenés harta, ¿que te pensás que no me doy cuenta que me venís abuscar de última?
-Nada que ver telli
-No soy idiota, te estuve buscando toda la noche con Vani y no me diste ni bola y ahora que es re tarde, me venís a buscar forro, así no te quedás sin coger, ¿no?
Como pueden apreciar, la cosa se había puesto tensa y habíamos entrado en ese terreno tan áspero del cual no hay vuelta atrás.
Mis ojos nunca pudieron mentir, siempre me traicionaron ante el primer intento conbarde. Mientras Telli y yo nos decíamos cosas horribles, apareció ella. Morocha, con rulos, tes trigueña, una mujer con mayúsculas. Una mujer de esas con las que nunca había estado ni podía soñar estar. Una muer que entraba en la lista de “las que nunca me voy a poder garchar”. Una mujer que venía directamente hacia nosotros, así como cuando alguien que va en tu dirección para hablarte, pero que vos no lo viste en tu vida.
-¿Stella?
-Romi! ¿Qué hacés vos acá?
-Vine a bailar, estoy con mis viejos en Sanber, ¿y vos?
-Yo estoy de vacaciones con Vani y los padres en La Lucila!
Paf, se conocían, y como siempre me pasa en los momentos en que yo estoy hablando algo importante con alguien y aparece una persona que se lleva su atención y no me habla más, me quedé inmóvil y mudo. Tarado en medio de su charla doméstica de “somos conocidas pero aburridas en las vacaciones de nuestros padres hasta nos podemos hacer amigas”, no esperé ningún tipo de introducción por parte de telli y dije.
-Yo soy el que se va, hola y encantado.
Y me fuí, pero me fuí espiando a ver que reacción había del otro lado, como en la película Amarcord cuando el Tío loco se sube al árbol gritando “Voglio una donna” y la familia le dice “Teo nos vamos”, y arrancan el carruaje, pero paran del otro lado de la pared para ver si Teo se baja del árbol preocupado de que lo dejen solo. Por supuesto así como Teo jamás bajó del árbol, a mi nadie me dijo, “no, che, no te vayas quedate un rato más”.
Ya siendo las 4:30, y con la noche perdida me dedique a beber y a contemplar como los infieles se restregaban uno contra el otro en los reservados y a los costados de la pista, y algunos otros enfermos bailaban lentos.
En ese momento la vi a ella, que fumaba un faso y esperaba apoyada contra la pared. Me acerqué y no se me ocurrió mejor idea que manguearle un cigarrillo.
-Hola, ¿me convidás un cigarrillo?
-Si, agarrá [me pasa el atado]
-Ok gracias, que noche!, ¿qué hacés acá sola?
-Embolarme, me parece que me voy a ir
-Si, está bastante malo, ¿no estás con tus amigas?
-No, en realidad fuimos compañeras del colegio, pero no somos amigas
-Ah, yo pensé que si.
Estuvimos hablando de temas tan profundos como los anteriores como por diez minutos más, yo no paraba de mirarla un segundo, tenia [tiene] unos ojos profundos, una boca hermosa, una naricita chiquitita que me hace acordar a los bambis, ella se empeñaba en responder en profundidad cada una de mis preguntas, hasta que mi ansiedad no pudo más.
-¿No querés que nos vayamos a sentar?
En ese momento yo sabía que había hecho mal, sabía que los mantras que recitaba siempre mi padre tutor o encargado, no eran ilusorios, se habían transformado en realidad, yo era un nabo señores, y no me faltaba ni una sola letra para confirmarlo. En ese preciso instante, en el que elaboraba una escusa para tirar e irme inmediatamente después que ella me dijera que no, surgió lo inesperado.
-Bueno, dale.
Y ya nada sería lo mismo nunca más.
Yo en esos días alternaba con una chica llamada Stella, que no me terminaba de cerrar, pero como no me había sabido procurar nada mejor, ante la falta era más que suficiente para satisfascer mis deseos más primitivos.
Esa noche Stella fue con nosotros al boliche también, pero nadie habría podido prever que su presencia iba a ser determinante para los quince días que me quedaban de vacaciones, y si lo tomamos con un poco más de romanticismo, para el resto de mi vida.
Pirámide era el boliche que más demanda tenía por esos años y se arrebataba de gente. Nosotros entramos en banda, arrebatados y amontonados como una jauría de perros persiguiendo a su presa en campo abierto. A los dieciseis años la excitación está a pleno, las hormonas responden a casi cualquier estímulo, y todo esto se quintuplica el día que vas a bailar, porque en realidad sabés que no vas a “bailar”.
Cuando el gallo no está las gallinas bailan. Yo siempre odié bailar, lo único que me importaba en realidad era un espacio físico que me permitiera hacer lo que sea fuera de la vigilancia de mi padre, tutor o encargado, y las mujeres. Poder intentar estar con todas las mujeres que fuera posible [siempre creí en la prueba y error] alguna iba a caer en mis garras.
Finalmente y parado frente ante lo irreversible, me decidí a buscar a Stella, porque después de todos los rechazos, necesitaba de manera urgente, un poco de cariño. Me sentía un cabrito arañado en busca de alguien que me arrope. La respuesta que encontré cuando intenté el acercamiento estaba fuera del libreto de la noche del sábado.
-¿Qué querés nene?
-Estar con vos telli, vamos a pedirnos una criptonita, ¿dale?
-No nene, me tenés harta, ¿que te pensás que no me doy cuenta que me venís abuscar de última?
-Nada que ver telli
-No soy idiota, te estuve buscando toda la noche con Vani y no me diste ni bola y ahora que es re tarde, me venís a buscar forro, así no te quedás sin coger, ¿no?
Como pueden apreciar, la cosa se había puesto tensa y habíamos entrado en ese terreno tan áspero del cual no hay vuelta atrás.
Mis ojos nunca pudieron mentir, siempre me traicionaron ante el primer intento conbarde. Mientras Telli y yo nos decíamos cosas horribles, apareció ella. Morocha, con rulos, tes trigueña, una mujer con mayúsculas. Una mujer de esas con las que nunca había estado ni podía soñar estar. Una muer que entraba en la lista de “las que nunca me voy a poder garchar”. Una mujer que venía directamente hacia nosotros, así como cuando alguien que va en tu dirección para hablarte, pero que vos no lo viste en tu vida.
-¿Stella?
-Romi! ¿Qué hacés vos acá?
-Vine a bailar, estoy con mis viejos en Sanber, ¿y vos?
-Yo estoy de vacaciones con Vani y los padres en La Lucila!
Paf, se conocían, y como siempre me pasa en los momentos en que yo estoy hablando algo importante con alguien y aparece una persona que se lleva su atención y no me habla más, me quedé inmóvil y mudo. Tarado en medio de su charla doméstica de “somos conocidas pero aburridas en las vacaciones de nuestros padres hasta nos podemos hacer amigas”, no esperé ningún tipo de introducción por parte de telli y dije.
-Yo soy el que se va, hola y encantado.
Y me fuí, pero me fuí espiando a ver que reacción había del otro lado, como en la película Amarcord cuando el Tío loco se sube al árbol gritando “Voglio una donna” y la familia le dice “Teo nos vamos”, y arrancan el carruaje, pero paran del otro lado de la pared para ver si Teo se baja del árbol preocupado de que lo dejen solo. Por supuesto así como Teo jamás bajó del árbol, a mi nadie me dijo, “no, che, no te vayas quedate un rato más”.
Ya siendo las 4:30, y con la noche perdida me dedique a beber y a contemplar como los infieles se restregaban uno contra el otro en los reservados y a los costados de la pista, y algunos otros enfermos bailaban lentos.
En ese momento la vi a ella, que fumaba un faso y esperaba apoyada contra la pared. Me acerqué y no se me ocurrió mejor idea que manguearle un cigarrillo.
-Hola, ¿me convidás un cigarrillo?
-Si, agarrá [me pasa el atado]
-Ok gracias, que noche!, ¿qué hacés acá sola?
-Embolarme, me parece que me voy a ir
-Si, está bastante malo, ¿no estás con tus amigas?
-No, en realidad fuimos compañeras del colegio, pero no somos amigas
-Ah, yo pensé que si.
Estuvimos hablando de temas tan profundos como los anteriores como por diez minutos más, yo no paraba de mirarla un segundo, tenia [tiene] unos ojos profundos, una boca hermosa, una naricita chiquitita que me hace acordar a los bambis, ella se empeñaba en responder en profundidad cada una de mis preguntas, hasta que mi ansiedad no pudo más.
-¿No querés que nos vayamos a sentar?
En ese momento yo sabía que había hecho mal, sabía que los mantras que recitaba siempre mi padre tutor o encargado, no eran ilusorios, se habían transformado en realidad, yo era un nabo señores, y no me faltaba ni una sola letra para confirmarlo. En ese preciso instante, en el que elaboraba una escusa para tirar e irme inmediatamente después que ella me dijera que no, surgió lo inesperado.
-Bueno, dale.
Y ya nada sería lo mismo nunca más.
Esta historia continuará.