La desesperación del pequeño señor
“Entre los árboles del verano
Un trozo de mar
Un trozo de mar
luna pálida del crepúsculo.”
La situación no es simple. Todo se complica en estos casos.
La situación no es simple. Todo se complica en estos casos.
Nada es casualidad.
Beatriz es una mujer llevada de la mano por la vida. Ella hizo sus elecciones, pensó el amor de una manera diferente a la que podrá haberlo hecho cualquier otra criatura de este planeta. Como a muchísimos de nuestros viejitos le gusta vivir en el pasado.
Será por esa antigua costumbre que tenemos los humanos de ir por la vida poniéndole nombre a todo lo que no podemos entender. Somos catalogadores.
Beatriz busca un nombre para cada cosa que no entiende, y cierto es que el futuro la tomó por sorpresa y cada vez entiende menos, pero su generosidad, su entrega y la pasión que pone en las cosas que decide hacer la ponen siempre unos metros delante de un montón de personas lúgubres y temerosas, que sumidos en la oscuridad de los pantanos crean sus propios miedos, deciden de un día para el otro, no vivir más su propia vida, cancelar la gran empresa por la que estamos en este mundo, llevar todos nuestros sueños lo más cerca posible de la realidad.
Le bajan la persiana y de a poco, por una calle de tierra, se van alejando del lugar a pie, descalzos en el alma. ¿Cuanto pesa el alma humana? ¿Habrá que hacer un cálculo como en veintiún gramos para pesar la vida, o como en cigarros para saber el peso exacto del humo del cigarrillo?
Estos seres sin almas se transforman en demonios que habitan la oscuridad.
Alguien con razón me dirá:
-Pero alguien tiene que habitar el lado oscuro. Alguien tiene que sacrificar su ser y ponerse a disposición del otro lado, alguien debe acecharnos hambriento de sangre de alma, alguien tiene que amenazar nuestras quimeras, perseguirlas, hostigarlas hasta dejarlas casi sin aliento, sin una gota de aire.
La vida no es tan simple como entrar a una laguna en un bote y dar un paseo a la cálida luz del sol, eso lo sabe hasta el más incauto. Las almas intrusivas nos acechan, nos hacen los momentos duros, imposibles, creemos fervientemente que ya no podremos salir adelante.
-No, esta vez no va más, no puedo más
Pero, al otro día, mágicamente, nuestras energías están intactas. Nuevamente creemos en la posibilidad de todo, de las cosas, de las gotas de agua en la cara, de la brisa cálida despeinándote el cabello, todo aquello volvió, mágicamente.
Beatriz aún está en camino, tuvo que aguantar ser abandonada, primero por el hombre, luego por los hijos. Siempre estamos solos en la vida, cuando estamos enfermos, estamos más vacíos que nunca. Beatriz está deshabitada, está sola con todo el mundo alrededor, es la vieja casona de un próspero barrio, esa que sus dueños dejaron atrás con muchas vidas vividas dentro, con desayunos, meriendas, cenas románticas, de negocios, licuados de banana con leche, torta de ricota, dejaron atrás fiebres, sarampiones, indigestiones, fracturas, simples magullones, besos apasionados, compasivos, miles de atardeceres de sol, junto con otros tantos miles empapados por la lluvia.
Nuestra vida, ¿tendrá la misma cantidad de días lluviosos que días de sol?
Esa clase de soledad duele hasta el hueso, la única defensa posible parece ser la negación. Beatriz negó mucho tiempo, de la misma forma que su entorno lo hizo, y aún hoy lo hace. ¿Es que no se dan cuenta que ese camino es un callejón sin salida?
Beatriz es una mujer llevada de la mano por la vida. Ella hizo sus elecciones, pensó el amor de una manera diferente a la que podrá haberlo hecho cualquier otra criatura de este planeta. Como a muchísimos de nuestros viejitos le gusta vivir en el pasado.
Será por esa antigua costumbre que tenemos los humanos de ir por la vida poniéndole nombre a todo lo que no podemos entender. Somos catalogadores.
Beatriz busca un nombre para cada cosa que no entiende, y cierto es que el futuro la tomó por sorpresa y cada vez entiende menos, pero su generosidad, su entrega y la pasión que pone en las cosas que decide hacer la ponen siempre unos metros delante de un montón de personas lúgubres y temerosas, que sumidos en la oscuridad de los pantanos crean sus propios miedos, deciden de un día para el otro, no vivir más su propia vida, cancelar la gran empresa por la que estamos en este mundo, llevar todos nuestros sueños lo más cerca posible de la realidad.
Le bajan la persiana y de a poco, por una calle de tierra, se van alejando del lugar a pie, descalzos en el alma. ¿Cuanto pesa el alma humana? ¿Habrá que hacer un cálculo como en veintiún gramos para pesar la vida, o como en cigarros para saber el peso exacto del humo del cigarrillo?
Estos seres sin almas se transforman en demonios que habitan la oscuridad.
Alguien con razón me dirá:
-Pero alguien tiene que habitar el lado oscuro. Alguien tiene que sacrificar su ser y ponerse a disposición del otro lado, alguien debe acecharnos hambriento de sangre de alma, alguien tiene que amenazar nuestras quimeras, perseguirlas, hostigarlas hasta dejarlas casi sin aliento, sin una gota de aire.
La vida no es tan simple como entrar a una laguna en un bote y dar un paseo a la cálida luz del sol, eso lo sabe hasta el más incauto. Las almas intrusivas nos acechan, nos hacen los momentos duros, imposibles, creemos fervientemente que ya no podremos salir adelante.
-No, esta vez no va más, no puedo más
Pero, al otro día, mágicamente, nuestras energías están intactas. Nuevamente creemos en la posibilidad de todo, de las cosas, de las gotas de agua en la cara, de la brisa cálida despeinándote el cabello, todo aquello volvió, mágicamente.
Beatriz aún está en camino, tuvo que aguantar ser abandonada, primero por el hombre, luego por los hijos. Siempre estamos solos en la vida, cuando estamos enfermos, estamos más vacíos que nunca. Beatriz está deshabitada, está sola con todo el mundo alrededor, es la vieja casona de un próspero barrio, esa que sus dueños dejaron atrás con muchas vidas vividas dentro, con desayunos, meriendas, cenas románticas, de negocios, licuados de banana con leche, torta de ricota, dejaron atrás fiebres, sarampiones, indigestiones, fracturas, simples magullones, besos apasionados, compasivos, miles de atardeceres de sol, junto con otros tantos miles empapados por la lluvia.
Nuestra vida, ¿tendrá la misma cantidad de días lluviosos que días de sol?
Esa clase de soledad duele hasta el hueso, la única defensa posible parece ser la negación. Beatriz negó mucho tiempo, de la misma forma que su entorno lo hizo, y aún hoy lo hace. ¿Es que no se dan cuenta que ese camino es un callejón sin salida?
Dispuestos de cegueras repentinas, diabetes terminales, cánceres silenciosos, asma crónico, mucho alcohol y pastillas, andan por la vida dictando cátedra de cómo debe ser.
Hoy digo, AL CARAJO CON TODOS, ya nada es como fue, y nunca más lo será.
La angustia nos alcanzó justo en el peor momento, pero, enhorabuena.
Quiero que me dejen en paz.