01 julio 2005

Viaje

La tarde llega irremediablemente casi sin pensarlo. Los ecos del trabajo hecho vagan en el rincón de los recuerdos frescos.
Recién cosechados, cual fruta fresca, me entregan su dulzura estacional. Cada momento en que los invoco siento felicidad.
Creo estar alineado aunque reniegue de la palabra, como reniego de lo inevitable.
Todo tiene sabor. Salvia, humo, piedras, semillas y almas, todos juntos en un viaje sin guía hacia el pasado que es parte determinante de nuestro futuro.

Alice Bailey define a la muerte como el acto de la intuición transmitido por el alma a la personalidad y que luego de acuerdo con la voluntad divina lo lleva a cabo la voluntad individual.

Al oír el sonido del tambor me siento atraído por la imagen del mandala. Me dejo atraer, hacia su centro, que es negro con cuatro puntos blancos.
Todo se oscurece y pierdo el sentido de la orientación. Ya no se donde estoy.
Repentinamente siento que me desplazo sobre algo. Mi cuerpo está quieto.
Miro mis pies y reconozco lo que está abajo, es el piso de un bote. Estoy en un arroyo subterráneo, siento ruido de agua que fluye por algún lugar.

Llego a ver un agujero en el techo y salgo con un salto a través de él. Entro en un lugar que parece una selva con cerros de fondo.
Hay muchos árboles. Una vez ahí solo espero pero al mismo tiempo me siento observado. Todo mi cuerpo me da señales claras de que no estoy más solo en ese lugar. Me siento atemorizado pero al mismo tiempo y por una perversa razón siento mucha curiosidad, es entonces que decido trepar a un árbol.

Oigo un rugido leve y veo en la base del árbol un tigre E-N-O-R-M-E.
Su presencia es imponente y me deja sin reacción.
El tigre comienza a intentar subir al árbol. Da pequeños saltos y trata de aferrarse con sus garras a la corteza. Cuando finalmente logra trepar me paralizo, quedo inmóvil, creo que mis músculos no volverán a moverse nunca más. El tigre se acerca a mí, tiene una mirada penetrante, de fuego, siento en mi cara el calor de su aliento. El tigre me lame la cara, pese a mi asombro logro olvidar la parálisis que afectaba mi cuerpo minutos atrás y le acaricio la cabeza.

El tigre y yo pasamos un rato largo en el árbol acariciándonos hasta que finalmente bajamos.
Trepé a su lomo y comenzamos a recorrer el lugar con un águila que nos acompañaba desde el cielo. Es un águila coronada y repentinamente se une a nuestro paseo posándose en mi hombro.
No siento dolor por las garras del rapaz clavadas en mi piel.

Paseamos un buen rato hasta que el tigre me baja se para en dos patas y me empieza a lamer la cabeza. Clava un colmillo con precisión de cirujano poco más atrás de mi frente y empieza a hacer drenar un líquido. El tigre lame ese fluido blanquecino hasta que hace cicatrizar la herida.
Vuelvo a montar sobre el y el águila se vuelve a posar en mi hombro.

Seguimos caminando pero me doy cuenta que vamos hacia el mandala. El águila levanta vuelo y se pierde en el cielo. El tigre pasa conmigo a través del mandala.
Fin del Viaje.

Los hechos se van sucediendo. Rápidamente, cada alma va dejando polvo en el terreno y dentro del polvo las semillas, como parte de las ansias, de la esperanza que el fruto de la curación nos traiga. El cielo y el sol son testigos. Sus calidas y suaves manos nos acunan y nos hacen parte de ésa danza maravillosa que es la energía del Universo.







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