Esto está perdiendo el viejo encanto
Tira de la cuerda, no se detiene.
Bebe de mi sangre, de mi alma y habita los rincones sin tierra de mis pensamientos..
Sabe de mis miedos más profundos, aún de aquellos que hasta yo hago esfuerzos por ignorar.
Sabe el tiempo de las mareas y los ángulos de rotación rotación de la Tierra.
Mira en mis ojos y penetra en lo profundo de mí ser. Siento su aliento meterse bien adentro. Como en un carnaval con lluvia esto va perdiendo su embrujo y ni vos ni yo podemos hacer nada para contener el revés que nos aguarda paciente a la vuelta e la esquina.
Las flores secas de la experiencia arrojan las estadísticas crípticas de una relación que viajó por todas las estaciones, por todas las lunas y soles del mundo siempre tomada de la mano del implacable infortunio. Visitó los territorios más recónditos donde casi nadie ha llegado, ni siquiera Dante.
Recorrió el camino de la lágrima para finalmente estrellarse con ella en un piso de baldosa lustrosa, y aún no puedo dejar de sentirme mal al respecto, mientras ella cuenta sus proyectos eternos por teléfono y vive uno de sus cambios y van.
Se de lo desgraciado de nuestras vidas, se de las penas vividas y conozco la amargura de la que se trata todo esto.
Tratas de leerme cada día, de interpretarme, como si yo me comunicara en alguna especie de dialecto irreconocible y vos fueras ovejita nueva de semiología. Seguís intentándolo hasta que te hecho del baño.
-¿Qué te pasa?
-Nada. ¿Y a vos?
-Nada, ¿Por?
-Por nada, ¿pedimos helado?
Esas han pasado a ser las palabras de nuestras eternas conversaciones demostrando de manera más que elocuente hacia donde ha ido todo esto, llevado por el maremoto emocional hasta una playa desierta y abandonado a su suerte como si fuera alguna especie de sabandija nauseabunda a la cual no se puede tolerar, aislada como un virus y destinada a hibernar o morir.
Ella está a punto de cambiar al mundo, pero no puede cambiarme a mí.
Bebe de mi sangre, de mi alma y habita los rincones sin tierra de mis pensamientos..
Sabe de mis miedos más profundos, aún de aquellos que hasta yo hago esfuerzos por ignorar.
Sabe el tiempo de las mareas y los ángulos de rotación rotación de la Tierra.
Mira en mis ojos y penetra en lo profundo de mí ser. Siento su aliento meterse bien adentro. Como en un carnaval con lluvia esto va perdiendo su embrujo y ni vos ni yo podemos hacer nada para contener el revés que nos aguarda paciente a la vuelta e la esquina.
Las flores secas de la experiencia arrojan las estadísticas crípticas de una relación que viajó por todas las estaciones, por todas las lunas y soles del mundo siempre tomada de la mano del implacable infortunio. Visitó los territorios más recónditos donde casi nadie ha llegado, ni siquiera Dante.
Recorrió el camino de la lágrima para finalmente estrellarse con ella en un piso de baldosa lustrosa, y aún no puedo dejar de sentirme mal al respecto, mientras ella cuenta sus proyectos eternos por teléfono y vive uno de sus cambios y van.
Se de lo desgraciado de nuestras vidas, se de las penas vividas y conozco la amargura de la que se trata todo esto.
Tratas de leerme cada día, de interpretarme, como si yo me comunicara en alguna especie de dialecto irreconocible y vos fueras ovejita nueva de semiología. Seguís intentándolo hasta que te hecho del baño.
-¿Qué te pasa?
-Nada. ¿Y a vos?
-Nada, ¿Por?
-Por nada, ¿pedimos helado?
Esas han pasado a ser las palabras de nuestras eternas conversaciones demostrando de manera más que elocuente hacia donde ha ido todo esto, llevado por el maremoto emocional hasta una playa desierta y abandonado a su suerte como si fuera alguna especie de sabandija nauseabunda a la cual no se puede tolerar, aislada como un virus y destinada a hibernar o morir.
Ella está a punto de cambiar al mundo, pero no puede cambiarme a mí.