Tardes
Algunas tardes, esta vida mía que tanto quiero
me pone en contacto con sensaciones
que se apoderan de mi cuerpo.
Entonces pienso en mi madre, sus ojos
cansados y tristes; recuerdo una canción que me
gustaba escuchar mucho, en la que un hombre hablaba
de su experiencia el día que regresó a la casa
de sus padres, luego de unos 5 años de no verlos.
"Ella no recordaba mi nombre!!" dice una estrofa;
pero, sí le preguntaba si había estado comiendo bien.
Cosas de madres, de todas las colectividades.
Me vienen a la cabeza momentos vividos, un casa
grande construída por mi abuelo, que luchó su sueño
desde su Italia natal, allá a lo lejos, se enamoró se su
prima y ante la intolerancia de su familia,
prefirió abandonar una vida de comodidades por
otra donde pudiera vivir con su amor,
y donde se sintiera coherente con su filosofía de vida.
Paola y José.
José construyó muchas de las casas
del barrio donde yo viví cuando niño.
Nunca lo tuve, el mismo se encargo de anunciarle
a mi madre que yo iba a ser un niño hermoso
y que lo apenaba mucho no poderme conocer,
meses después moría y su leyenda se largaba a crecer
con solo el cielo como tope.
La Nona vivió 89 años, con su sordera a cuestas,
cada arruga de su cara tenía un forma diferente,
como si tuviese dibujos en su rostro.
Recuerdo que yo supe que ella iba a morir, esa noche
llegué a mi casa, me acosté a dormir esperando el sonido
del teléfono, pero fué la voz de quienes la estaban cuidando
la que trajo la confirmación, en ese momento, me arrodillé en mi cama
y simplemente lloré, lloré por ella y por el amor
que sentía por ella, lloré porque era la forma en que mi
corazón había decidido despedirla, lloré porque me dolió
hasta el hueso no poder volver a ver su sonrisa ya nunca más.
Vivos estarán siempre Paula y José, en las nubes, en los árboles,
en el vuelo caprichoso de los pájaros, en cada primavera.
En los merengues de la San José, en las puertas de las verdulerías.
Una tana sorda y un tano pitoniso y albañil;
mi cuna y todo el amor que puedas imaginar.