26 septiembre 2005

Mesa redonda

Hago mi camino cansado y polvoriento,
y detenida y dudosa queda tras de mí
la juventud, que baja su hermosa cabeza
y se niega a acompañarme
.
Herman Hesse.


A vos te hablo, si, a vos que pensás que toda esta ensalada de palabras conduce a alguna parte. Me imagino que estuviste prestando atención al panorama, como viejo lobo de mar, has estado leyendo las mareas, tal vez en eso está el mérito. Quiero que sepas que escribo consiente de que malgasto mi tiempo y mis palabras. Escribo desde el desinterés total, solo por el placer de ver como se entrecruzan las letras.

Todas mis metáforas se han ido corriendo con ataques de pánico y me han dejado solo y lleno de harina, huevo, ketchup, mostaza y mayonesa. Si, ¿no es así acaso como festejan los universitarios? ¿No ofrendan sus camisas perfectamente planchadas a esta serie de condimentos y proteínas sin cuestionárselo un segundo? ¡Si hasta se sacan fotos! ¿O solo lo hacen a los fines de la denuncia en la comisaría más cercana? Estoy todo embadurnado y despojado de recursos para expresarme como si estuviera de tu lado de la ventanilla.

Tengo ganas de juntarme en una mesa redonda eterna, a discutir el no hacer hasta que mis ojos exploten, se me sequen los líquidos de todo el cuerpo y me salgan pedazos de cerebro por las orejas. Que las lechuzas que habitan la zona oscura del claustro, ésa zona hacia donde nadie mira nunca, se vuelen avergonzadas, haciendo obvia su presencia, al oír la última acotación (pseudo pregunta retórica, pseudo centro a la olla) de la oyente melosa de turno, más o menos algo similar a los que te dejan comentarios solamente para que te sientas en esa extraña obligación de devolverles el favor, curioso síntoma ese.

A un bebé hay que alimentarlo, fundamentalmente para mantenerlo vivo, pero también criarlo, enseñarle como funciona el mundo, velar sus sueños, contarle cuentos, estimular su creatividad, ocuparse de él, (pero no ocuparse pensando “-en cuanto se duerma me voy a tomar un café”, si no, estar conectado de cuerpo y alma, que sea el principio y el final de día) comprarle juguetes, jugar. Jamás nos sentaríamos a pensar ¿para que va a servir este niño? en vez de darle la mamadera o un puré de calabaza con pollito hervido.

Lo preparamos para la vida, que es una competencia desmedida. Lo preparamos para entrar al juego y que no quedé comiendo polvo en la primera etapa. Nos ocupamos de su contenido, para que tenga un mundo interno que lo contenga y que enriquezca su carácter. Nos ocupamos de darle la mejor educación que podemos costear para que empiece a disfrutar del pensamiento y de los pensadores. Nos ocupamos de todos los detalles para que algún día sea él quien responda por sí mismo. Ese día, se irá, ya no estará más bajo nuestra tutela, tal vez regrese algún día buscando compartir alguna vivencia y para que lo ayudemos a decidir que camino tomar, pero ya no estará más como antes.

Debatimos un fenómeno cultural que está recién nacido, en vez de alimentarlo, en vez de preocuparnos por su crianza, por su crecimiento en calidad, en variedad. No esperamos al día en que nuestro trabajo haya llegado a su fin, sólo se nos ocurre parar y presentarlo en reunión de directorio a los cuatro años. Presentamos al súper-niño que, iluminado y sin ningún tipo de experiencia es capaz de analizar todas las variables y de tener todas las respuestas, es el futuro, hoy. Hasta que alguien desde algún lugar desconocido nos traiga la más oscura y negativa de todas las noticias. “-Pero… tiene cuatro años nada más”.

Debatimos porque es más importante debatir como fenómeno que el mismo “supuesto” fenómeno sobre el cual alguien ha planteado un debate. Debe ser que los años han pasado para mí y que ya me empiezo a sentir viejo e intolerante, pero tengo una certeza.
Este debate presenta a un niño en pelotas como nuevo gerente en una reunión de directorio llena de viejos lobos de mar y tiene como beneficiarios inmediatos solamente a unos pocos, y no precisamente al niño. Una vez más en este país, son más importantes las individualidades que la comunidad, la buena noticia es que podrán decir que soy un viejo intolerante, pero no soy el único.






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