Ensueño
Tenías esa manía de comer fideos con atún y crema, yo te miraba prepararlos, desprolija como siempre. La luz blanca de la cocina te daba de contrapicado y vos ponías tu mejor sonrisa, esa que se te escapaba.
Tus manos con algunas cicatrices me acariciaban con pasión arrabalera, como si trataran de aprovechar el momento, como si conocieran nuestro destino fallido.
Nos apoltronábamos en nuetro departamento vibratorio, ese al que sacudía el tren desde las cinco de la mañana. Vos y yo con las manos vacías lo teníamos todo, y lo dejamos ir por torpeza de corazón.
Me acuerdo que una tarde me había olvidado las llaves de nuestra casa, y vos venías de comprar frutas, un par de cervezas y las galletitas que te gustaban. Ese día sentí una sensación de hogar, como no habría de sentirla nunca más. Te juro que te abracé con mi mirada, te apretuje fuerte y te acaricié el pelo como te gustaba.
Como Abott y Costello, vivíamos alimentando conflictos que no existían. Todo era demasiado poco y habíamos pagado un precio muy alto. Ironías de esta vida turra, el precio más alto recién lo estabamos empezando a pagar, en cuotas, como todo lo nuestro.
Nos habitaba el no dar todo de golpe.
Nos dimos noches de cervezas y porros, nos dimos sexo, adolescencia.
Nos dimos calles mojadas, jardines secos, hamacas paraguayas, nos dimos lazos de amor, potus, marihuana. Presurosos armados de valija, pasajes a precios bajos, un perro fallido, viajes a Mendoza, lomito completo, bodegas y enólogos.
Tortas raspadas, el asado con Rosalba, el Fede con su risa idiota y tu hermana que me odiaba.
El pasado me encontró esta mañana melancólico, expuesto a estas sensaciones post sueño, me apresuro a escribirlas antes de que se desvanezcan. Es que cada vez hay más distancia entre nosotros, tanta que cuando recuerdo algo, intento guardarlo, para que no se pierda.
Tus manos con algunas cicatrices me acariciaban con pasión arrabalera, como si trataran de aprovechar el momento, como si conocieran nuestro destino fallido.
Nos apoltronábamos en nuetro departamento vibratorio, ese al que sacudía el tren desde las cinco de la mañana. Vos y yo con las manos vacías lo teníamos todo, y lo dejamos ir por torpeza de corazón.
Me acuerdo que una tarde me había olvidado las llaves de nuestra casa, y vos venías de comprar frutas, un par de cervezas y las galletitas que te gustaban. Ese día sentí una sensación de hogar, como no habría de sentirla nunca más. Te juro que te abracé con mi mirada, te apretuje fuerte y te acaricié el pelo como te gustaba.
Como Abott y Costello, vivíamos alimentando conflictos que no existían. Todo era demasiado poco y habíamos pagado un precio muy alto. Ironías de esta vida turra, el precio más alto recién lo estabamos empezando a pagar, en cuotas, como todo lo nuestro.
Nos habitaba el no dar todo de golpe.
Nos dimos noches de cervezas y porros, nos dimos sexo, adolescencia.
Nos dimos calles mojadas, jardines secos, hamacas paraguayas, nos dimos lazos de amor, potus, marihuana. Presurosos armados de valija, pasajes a precios bajos, un perro fallido, viajes a Mendoza, lomito completo, bodegas y enólogos.
Tortas raspadas, el asado con Rosalba, el Fede con su risa idiota y tu hermana que me odiaba.
El pasado me encontró esta mañana melancólico, expuesto a estas sensaciones post sueño, me apresuro a escribirlas antes de que se desvanezcan. Es que cada vez hay más distancia entre nosotros, tanta que cuando recuerdo algo, intento guardarlo, para que no se pierda.